LA RAZÓN DE LOS AFECTOS Y LOS MODOS DE ASUMIR LEGADOS Y HERENCIAS PARA PENSAR NUESTRO PRESENTE

EDITORIAL

Desde hace un tiempo el estudio de los afectos ha vuelto a tomar relevancia en el campo de las humanidades y ciencias sociales. Distintos enfoques ponen en discusión el papel de los afectos para analizar las transformaciones políticas, económicas y culturales del último cuarto de siglo. Sin embargo, paradójicamente, la razón afectiva que sobredetermina nuestros modos de ser y obrar en el presente constituye un punto ciego para el pensamiento de la época. Mientras las ultraderechas desinhibidas hablan de “batallas culturales” y movilizan el descontento social desde pasiones y afectos destructivos, como lo han hecho históricamente, el pensamiento filosófico emancipador, cuales sean las tradiciones y teorías invocadas, se enreda en disputas terminológicas y caracterizaciones fallidas alrededor de la novedad o antigüedad de semejantes interpelaciones. Sigue suponiendo un sujeto autoconsciente que vela siempre por sus propios intereses y sabe lo que quiere. Tiende a quedar demasiado entrampado en razones ilustradas que ignoran los vaivenes afectivos, limitando los modos de entender e intervenir en la escena actual. En un contexto de crisis del lazo social, entender los afectos de manera amplia, en relación a instituciones y procesos diversos, resulta urgente. Interrogar la razón de los afectos implica asumir que las prácticas se orientan en función de ellos. Por tanto, la cuestión es simple: o bien se apunta a incrementar la potencia de actuar y se generan afectos alegres, o bien se la disminuye y limita, lo que produce afectos tristes, odio y resentimiento. Por supuesto que tácticamente puede haber usos potentes del resentimiento o la rabia, pero es importante entender la orientación basal y por qué los afectos solo pueden ser suprimidos por otros afectos más fuertes y de signo contrario. Los afectos responden a una ontología relacional que atiende a la composición y descomposición de los seres, antes que a perfiles psicosociales catalogables, o al bien y el mal en sentido 2 moral. Exceden cualquier distinción entre lo individual y lo colectivo porque son fuerzas transindividuales que se articulan con distintos dispositivos de subjetivación, hábitos y rituales. Una de las marcas inequívocas de las situaciones de crisis es la problematización de los vínculos entre pasado y presente, que se expresa en cierta desorientación o falta de referencias certeras para pensar la coyuntura. En este escenario toma forma la pregunta por la herencia o los modos en que asumimos los legados políticos e intelectuales que nos constituyen. Foucault habló de la modernidad como un ethos, una manera de interrogar la actualidad y nuestra constitución en el presente; pero hay otro signo de la modernidad que tiene que ver con el pasado y las formas de heredar el acervo de nuestras tradiciones, disputar los legados y reapropiarlos inventivamente. Entonces, hay un doble movimiento al asumir la herencia como problema: por un lado, cómo el gesto moderno abre una inquietud por nuestra constitución actual; por otro lado, cómo hacemos uso de distintas tradiciones desde la lógica de la invención para situarnos críticamente en la coyuntura. En esta tarea, los afectos son clave para orientarnos: el contento o la alegría de conocer por composición. No se trata de cultivar la nostalgia conmemorativa del pasado, ni la manía futurista postapocalíptica, sino de poder conectar los tiempos en un ánimo sosegado que nos permita habitar críticamente el presente. Este dossier propone pensar el nudo de afectos y herencias desde una lectura de lo actual. Nos interesa discutir las maneras en que ciertos legados pueden ser reactivados hoy y las estrategias para componer una razón afectiva capaz de disputar el sentido común prevalente. Convocamos a reflexiones desde distintas disciplinas y tradiciones teóricas que aborden estas cuestiones, no solo en el plano conceptual, sino también a partir de experiencias históricas y culturales.