Violencia de la reflexión : la máquina lógica

El artículo "Violencia de la reflexión: la máquina lógica" presentado en el Coloquio La République Universelle, organizado por la Universidad de París y la Maison de l'Amérique Latine en el año 2021, fue incorporado asimismo como Conclusión del libro "Ciencia, Tecnología y Exclusión: hacia el Estallido Social" publicado a su vez por la editorial Maderamen en Montevideo (2021).

                             Violencia de la reflexión : la máquina lógica

                                                                                                           Ricardo Viscardi

                                                          Presentación

 

La convocatoria a nuestro coloquio presenta dos cuestiones aporéticas que dominan el conjunto. La primera plantea la continuidad entre la vida y las luchas, que se expresa por la ocupación de lugares públicos donde circula la vida ciudadana (plazas, calles, etc.). Asimismo, este escenario compartido por un gran número de personas parece prescindir tanto de instituciones gubernamentales como de formas de vida autónoma. Se pretende sin embargo, crear formas institucionales ancladas en esos lugares de circulación pública.

La segunda aporía se vincula con la fluencia de las luchas, expresada por figura « el que baila pasa », dinámica cuya celeridad parece oponerse a la búsqueda de un horizonte de universalidad, que debiera proponerse reagrupar lo diverso de las luchas bajo la inspiración de una perspectiva común.

Estas dos aporías se han encontrado vigorosamente reactivadas como efecto del plebiscito constitucional que, por una aplastante mayoría, ha puesto en desuso la constitución heredada del pasado político marcado por el régimen totalitario de Pinochet.

« El que baila pasa » parece, 14 años después del comienzo de los movimientos estudiantiles espontáneos en Chile, haber procurado la mejor vía para lograr una Asamblea Constituyente marcada por la participación del común. Esto ha sido posible, por otro lado, porque una ligazón de la vida y las luchas ha removido los hábitos políticos, sin ninguna consideración respetuosa hacia las formas institucionales sostenidas en la tradición.

Una cuestión aporética permanece, en tanto que tal, indecidible, porque no se llega nunca a encontrarle una solución formal.

Como efecto propio de una imposibilidad formal, la aporía busca amparo en una decisión incondicional. Esta última nos es impuesta por las circunstancias, sin ninguna deferencia hacia nuestras intenciones. Tal índole de decisión sin condición posible desconoce, igualmente, toda otra decisión que pudiera oponerse a su necesidad absoluta, es decir, sin término medio.

Una decisión incondicional de este signo me parece haberse expresado en los muros de Santiago, en esta frase : “Hasta que vivir valga la pena”. Bajo el dictado de una memoria de luchas se podría recurrir, para traducir esa expresión a un plano crítico, a la frase de Marx que describe lo propio de la violencia revolucionaria : «Es preferible un fin horroroso a un horror sin fin ». A mi entender las dos frases expresan, pese a la similitud de propósitos, dos perspectivas diferentes.

Como consecuencia de una vida que ya no merece ser vivida se impone, para la primera expresión, en efecto, alcanzar un logro salvador. En la presentación que hace Marx de la decisión de afrontar el horror -antes que sufrirlo por siempre jamás, la existencia es puesta en juego, por el contrario, de cara a un horror absoluto. Por consiguiente, en el sentido de « Hasta que vivir valga la pena » es la propia existencia la que se divide de sí misma, para manifestar la búsqueda de la finalidad que anhela . Sin embargo, de ese desdoblamiento sostenido por una sola y misma existencia, se espera una salida que merezca ser vivida en tanto que vida.

La incondicionalidad aporética de la lucha consiste, por consiguiente, en ese propósito de reanudar una vivencia digna de la vida que la sostiene. Sostenida por la vida, la lucha se desplaza hacia el objetivo de una vivencia que justifique lo propio a la vida. Ahora ese objetivo no puede consistir en un único y exclusivo sentido de la vida, ya que existe asimismo una vida “que no vale la pena”.

Se impone por consiguiente preguntarse como la lucha puede aportar, por vía incondicional, un propósito a la vida, capaz a su vez, de reintegrar a esta última su valor de lucha a sí, es decir “que valga la pena”. Tanto como de un desdoblamiento de la vida (entre aquella que no merece llegar a vivencia y aquella que se anhela) se trata de un desdoblamiento entre, por un lado, la lucha en tanto que lucha por una vida digna de llegar a vivencia y, por otro lado, una lucha que advendría con la vida digna de devenir vivencia (“que valga la pena”). Semejante desdoblamiento de la vida tanto como de la lucha, quizás explica que la lucha no refiere a ningún campo compartimentado, sino que por el contrario, incluso induce la conjugación de todo conjunto constituido. La lucha está en todas partes porque es librada desde lo que la justifica por encima de la vida, es decir ante todo, en cuanto esta última no merece ser vivida.

Aunque esta exterioridad de la lucha con relación al campo clausurado de las instituciones pueda ser explicada en razón de la inanidad de estas últimas, no es menos cierto que viene a ser planteada la cuestión de lo que provee de unidad, si no a la acción, al menos a la efectividad de una lucha que, al cabo de 14 años, conlleva el fin del legado pinochetista en Chile. La cuestión sería, con relación a las aporías planteadas al inicio, como es posible que lugares públicos tales que plazas y calles, rotondas, etc., lleguen a substituirse a la lucha librada a partir de campos reglados por un todo social.

Para encarar una respuesta a esta cuestión, sería quizás necesario considerar que estos lugares públicos que toma por su cuenta la revuelta se encuentran, a su vez, retomados en tanto que espacios mediáticos. Es en efecto, a partir de la resonancia de las redes mediáticas que se encadenan las unas con las otras, que estas ocupaciones ganan una eficacia política temible, por el hecho mismo de su ausencia de sentido, en tanto que expresión de una rama singular de la actividad organizada en lo social.

Podría plantearse la cuestión de la relación entre ese espacio mediático y la mediación. Ahora, esta relación, en mi opinión, no existe actualmente. En efecto, como lo ha sostenido Roberto Igarza, los “nuevos medios” instalan “La mediatización del sentido y la mediación de las interacciones”. Un sentido “mediatizado” se vuelve, sin embargo, por entero un sentido segmentado del lazo primitivo con lo social, mientras que una vez actuadas a partir de mediaciones, las interacciones quedan propiamente al margen de las relaciones desarrolladas entre particulares.

Quizás convenga plantear, en cuanto un artefacto interviene como condición de lo mediático en lo social, que este artefacto también introduce, junto con la índole de relación que induce entre unos y otros, lo que Derrida ha denominado “Mal de archivo”. Ahora, este mal proviene, por un lado, del hecho que todo archivo es archivolítico, o incluso, para retomar la expresión de Derrida, “pone en riesgo lo que salva”. Una vez confiada a un soporte, la memoria integra la propia naturaleza. Pero por otro lado este Mal de Archivo engrana, según Derrida, igualmente en el sentido que toma en francés la expresión “estar en mal de”, es decir, encontrarse imbuido de una pasión una pasión.

A partir de este sentido doble que adquiere el Mal de Archivo, este último se desdobla entre el hecho de encontrarse separado de sí en sí mismo (porque se puede comprender, como lo dice Derrida, que “el sentido archivable comienza en la impresora”), dado que es a la eficiencia del artefacto que uno se confía, para obtener el archivo de un sentido que corresponde a aquel que se denomina “el autor”. Ahora, tampoco deja de ser cierto que este mismo autor se precipita, motivado por pasión, para encontrar, consignado en el texto eventualmente impreso, lo que de sí mismo acaba de asignarle mediante la propia máquina.

El espacio mediático de los lugares públicos es ante todo un espacio tomado por la mediatización general de la sociedad. Esta mediatización requiere el artefacto (en lo concerniente a los lugares públicos, por ejemplo, un medio como Google Earth) y por lo tanto, la división consigo del Mal de Archivo derridiano da cuenta con solvencia la dificultad planteada, en lo concerniente a la explicación de la estructura artefactual de lo social.

Ahora, esta última se encuentra igualmente encarnada por todos aquellos que se apropian de los lugares públicos para deconstruir, con su lucha por una vida digna de ser vivida, la vida que se les roba por la vía de los medios que exhiben la mediación, allí donde no se encuentra, por desgracia, sino la mediatización de las mayorías.